ETERNAS PERSEGUIDAS: LAS BRUJAS



Aquelarre, por Fco. de Goya.

Encontré un viejo libro de historia, y lo abrí por inercia, encontrándome, una narración interesante:

“…y durante su reinado se perdieron Portugal y el Franco Condado, se sublevó Messina, la guarnición de Orán fue degollada y el reino cayó en el más profundo embrutecimiento, degradación y miseria. El confesor del rey, creyendo que los alemanes tenían hechizado al monarca, lo exorcizó.”
Lo curioso es que se trata de hechos que sucedieron a finales del siglo XVII, en pleno Renacimiento, no en una aldea perdida de la época sino en la mismísima corte de España, y no fueron unos aldeanos ignorantes los protagonistas sino por el rey y su confesor.
Es evidente que, en los albores del siglo XVIII, había gente cultivada que se tomaba muy en serio la posibilidad de un hechizo. Incluso en pleno siglo XXI, muchas personas de todas las clases sociales todavía creen en ellos.
Las brujas, siempre presentes en las pinturas de Goya.
Sí; “haberlas, haylas”. Y las hay desde siempre, desde los albores de la humanidad, en todos los continentes, en todas las culturas. No se trata de grupos primitivos e ignorantes reverenciaran a brujos y hechiceras, se trata de que en Roma, el mayor imperio que conoció occidente, el que construyó las primeras carreteras, la misma que inventó la administración moderna y el derecho, no se tomaban decisiones importantes sin consultar antes a los augures; de varios reyes en diferentes dinastías las consultaban a escondidas; incluso un jefe de Estado como Adolf Hitler, tenía un brujo al que consultaba y atendía, para desesperación de sus generales.
Las brujas también han sido una fuente de inspiración para pintores de todas las épocas, muy especialmente para Francisco de Goya, quién se sintió fascinado y atraído por ese mundo mágico y misterioso y lo plasmó en múltiples lienzos.
De modo que quizá convenga mirar con atención a ese mundo hermético y paralelo que acompaña a la humanidad “normal” desde siempre y tiende a aparecer o pasar desapercibido, según las circunstancias históricas y sociológicas: el mundo de la brujería. Que, por cierto, es mucho más un mundo de mujeres que de hombres ya que, al revés de lo que pasa en casi todas las profesiones, las brujas han dado más que hablar que los brujos.
Uno de los detalles que más llaman la atención a quien trata de averiguar qué es una bruja es lo poco que ha cambiado sus características en los últimos siglos, en Europa, por lo menos. En los códices más antiguos, en los pergaminos más amarillentos, escritos en caracteres casi incomprensibles, se las describe como unas mujeres casi siempre viejas y feas, arrugadas de tez, capaces de preparar filtros y bebidas con mágicas virtudes, de trasladarse volando (normalmente sobre una escoba) a reuniones orgiásticas con sus colegas, que casi siempre vivían con un animal. Estas son las  características que siempre le han acompañado a los largo de los tiempos.
Según los testimonios que han llegado hasta nosotros, la principal ocupación de las brujas parece haber sido arruinar las cosechas, provocar enfermedades en los animales domésticos ajenos, matar y secuestrar niños, promover misteriosas e incurables dolencias sobre sus vecinos y, de vez en cuando, acudir a reuniones, más conocidas con el nombre vasco de “aquelarre” en las que se entregan a toda clase de orgías y sacrílegos; en ellas participaba muchas veces el mismo Belcebú y con frecuencia se cometían actos de increíble depravación con niños o adolescentes llevados allí con engaños y secuestros.
Para ser justos, debemos aclarar los testimonios de todas estas terribles actividades nos ha llegado siempre a través de las víctimas o perseguidores de las brujas. Estas nunca se han prestado a hablar voluntariamente de sus actividades y su condición; todas las declaraciones que se dispone han sido obtenidas mediante amenazas y torturas y, por lo tanto, deben ser consideras con cierto escepticismo. Pero de lo que no se puede dudar es de su paradójico prestigio: a lo largo de la historia de Europa, reyes, emperadores y papas no han desdeñado ocuparse de ellas, considerándolas personas importantes por su peligrosidad potencial.
Por poner un ejemplo en España, Chindasvinto, rey godo en los años 642-653, promulgó un decreto que aparece en el “Fuero Juzgo” y que Julio Caro Baroja describe en su excelente libro “Las brujas y su mundo”. En el decreto hay cuatro disposiciones. La primera, condena a los siervos que consulten acerca de la salud o la muerte del rey con “adevinos, sorteros e encantadores”.
La segunda, a los que den hierbas maléficas. La tercera, “a los maléficos y productores de tempestades que con sus encantos malogran viñas y mieses, a los que turban la mente de los hombres por medio de invocaciones al demonio y los que hacen sacrificios nocturnos en su honor. La cuarta, a los que malefician con ligamentos y palabras escritas procurando el mal ajeno en cuerpo, espíritu y hacienda.”
El mismo Caro Baroja subraya que en este decreto no se menciona el sexo de los hechiceros, pero en otros escritos de similar intención originados en las Galias y otras regiones, sí se especifica que se trata de brujas.
Carlomagno también se preocupó por la brujería y después de exhortar inútilmente a sus súbditos a que se abstuvieran de caer en supersticiones, no pudo menos que publicar un edicto en el que condenaba las actividades mágicas, equiparándolas con las de homicidas, envenenadores y ladrones. Tanto quien las ejerciera como quien las utilizara merecía la misma pena, que podía llegar a ser la muerte.
Siglos más tarde, Isabel de Inglaterra, volvió a legislar contra la brujería. Cien años más tarde, concretamente en 1692 en Salem, esas mismas leyes que promulgó, seguían vigentes, causando la muerte de 19 mujeres que fueron ahorcadas por practicar la brujería, un popular caso conocido como “el juicio de las brujas de Salem”. 
Juicio de Salem (Massachusetts).

No sólo las autoridades seculares se dedicaron a promulgar leyes y decretos para combatir la brujería, sino también la Iglesia, que durante la baja edad media la iglesia comenzó también a legislar contra  unas actividades, que bien ya estaban condenando, no habían merecido tanta atención hasta ese momento. Y es curioso que la persecución de las brujas, que tantas hogueras hizo arder en la Europa cristiana, se haya iniciado en rigor no con brujas sino con miembros de una orden de caballeros cristianos: los Templarios.

La orden de los templarios, como sabemos fue fundada por caballeros franceses, para proteger los peregrinos que llegaban a Jerusalén, pero se transformó como conocemos, en una sociedad poderosa.
Felipe IV de Francia, con el papa Clemente V, se les acusó de realizar ritos secretos, herejías, haberse burlado de la cruz, escupir sobre ella, haber matado niños…y quizá esa coincidencia esté relacionada con la bula de Juan XXII, promulgada en 1318, en la que se declaraba que la brujería era una herejía.
A finales de ese mismo siglo aparece el escrito de Nicolau Eymerich, "Directorium Inquisitorium", en el que se explicaba la forma de proceder contra las brujas y las clases en que se dividían, y poco después sale a la luz el conocido "Malleus Maleficarum" ( el martillo de las brujas), una publicación para cazadores de brujas, en el que se explicaba que había muchísimas más brujas que brujos porque la mujer es esencialmente inferior al hombre: “son más crédulas…más impresionables…más carnales…tienen la memoria débil…son mentirosas por naturaleza…es como un animal imperfecto que engaña siempre.”
Y así, libro en mano, comienza la cruel cacería. Se extendió por toda Europa y, lo que es más curioso, cuando se produjo el gran cisma protestante, anglicanos, calvinistas y luteranos rivalizaron en el celo antibrujeril con los cristianos que seguían obedeciendo a Roma. En suiza e Inglaterra se encendieron tantas o más hogueras que en España o Francia, y se calcula según los expertos del tema que entre el siglo XIV y XVII murieron en el fuego unas 300.000 mujeres en la Europa cristiana.
Quema de brujas.
Como es lógico suponer, la Península Ibérica albergaba tantas brujas como cualquier otra zona europea y también aquí en España la persecución se extendió por todo el territorio. Se sabe que durante el siglo XV en el valle de Aneu, en Cataluña, hombres y  mujeres rendían pleitesía al “boch (cabrón) de Biterna”, convirtiéndose en “bruxes”; otra zona importante de actividad de las brujas fue Vich. También hay información sobre procesos y condenas de brujas castellanas pero todos los investigadores parecen estar de acuerdo en que hubo dos regiones que destacaban por la proliferación de hechiceras: Galicia y la región vasco-navarra.
La abundancia de procesos y denuncias en Galicia llegó a ser tal que Felipe II, el monarca más poderoso del mundo, dispuso de tiempo para nombrar una comisión investigadora que envió a las tierras de las meigas para que dictaminara si había algo de cierto en lo que el pueblo bajo afirmaba acerca de los poderes de estas. La docta comisión estudió todos los aspectos del problema in situ durante  un año y redactó después su informe, destinado al rey, informe que se conserva en el archivo de El Escorial y que constituye todo un homenaje a los poderes diabólicos de las meigas, ya que en él se dice que los investigadores vieron con sus propios ojos a las brujas que a las doce de la noche salían por las chimeneas montadas en sus escobas.
Logroño.Juicio de las brujas de Zugarramurdi.
En cuanto a las brujas vascas, el proceso más documentado que ha llegado hasta nosotros es el de Zugarramurdi, que terminó en 1610. En las actas de los interrogatorios y el juicio aparece una relación completa de la forma en que estaba organizada la brujería y las actividades de sus miembros. La investigación se inició a causa de multitud de denuncias de brujería que provocaron la intervención de la Inquisición. Después de investigar a varios cientos de personas, los inquisidores retuvieron unas cuarenta, que fueron trasladadas a Logroño para ser juzgadas. Allí los inquisidores averiguaron que las brujas de mayor edad hacían proselitismo entre jovencitas y niños. Aquellos que aceptaban la iniciación eran sometidos a una serie de ceremonias, que se realizaban a medianoche en una cueva cercana al pueblo de Zugarramurdi, en que se celebraban los aquelarres y que servía de templo para las ceremonias que presidía el mismo demonio. Una vez que el señor de las tinieblas aceptaba al neófito lo marcaba con la uña y además imprimía en su pupila la figura de un sapo, que tan útil resultaba a los inquisidores para reconocer a brujos y brujas.
Los miembros de pleno derecho se reunían después todos los Viernes en aquelarres “corrientes” pero había otros, más especiales, que se celebraban en las grandes fiestas cristianas, especialmente en la noche de San Juan, ocasión que el mismo Satanás celebraba una misa negra, seguida de las más repugnantes ceremonias, que incluían relaciones carnales del demonio con su negra congregación. En cuanto a sus actividades cotidianas, parece que se dedicaban constantemente a fastidiar a sus vecinos: si sorprendía a un viajero por la noche podían transformarlo en puerco o cabra; si alguna barca había salido de pesca, producían tempestades para hacerla naufragar. 
Grabado representando la quema de una bruja.
Las tempestades podían servir también para estropear cosechas, siempre que para este fin no emplearan “polvos o ponzoñas”. Estos últimos se utilizaban sobre todo cuando soplaba el viento que se llama “sorguin aziza”, o sea viento de brujas. Otra de las actividades favoritas de las brujas era hacer enfermar o matar a sus enemigos o a sus familias. Para lograrlo  empleaban diversos medios, como frotar a la futura víctima con un unto especial o entregarle ciertos amuletos de gran potencia letal. Las brujas de Zugarramurdi confesaron también haber sorbido la sangre de niños pequeños y devorado cadáveres. Ante crímenes tan horrendos no es de extrañar que las siete brujas murieran en la hoguera (otras fueron perdonadas por haber confesado, arrepentidas, sus crímenes), y que cinco más que habían dejado de existir durante el proceso fueran quemadas en efigie.
La inquisición, sometiendo.
Par a la mentalidad actual no es difícil comprender que las brujas de Zugarramurdi hayan confesado todo lo que confesaron, ya que la tortura física resulta un argumento muy convincente. Lo que resulta increíble es que alguien creyera en sus confesiones, tan delirante y desorbitada nos parece su lectura. Y dando otra vuelta de tuerca más a la argumentación y suponiendo que quienes las torturaban supieran que era imposible que las brujas hubieran hecho esas cosas, ¿Por qué las perseguían? 
Un libro recomendado para conocer su mundo.
Quizás ese sea el gran enigma histórico de las cazas de brujas. Los testimonios que nos han llegado insisten, como veremos, en que la mayoría de las brujas eran mujeres solitarias, de medios más que modestos, que sobrevivían con dificultades preparando filtros amorosos o pociones curativas. Sin embargo, su búsqueda y captura movilizó durante siglos todas las energías europeas. ¿Será que, después de todo, la brujería existe? 

Ya hemos visto que entre el siglo XIV y el XVII se desató una especie de psicosis por toda Europa, que provocó incontables muertes. Torturas, azotes, destierros, en un grupo humano que, a primera vista, no parece el más adecuado para causar semejante catástrofe. Si se revisan los archivos de la época, se descubre que la mayor parte de las víctimas fueron mujeres mayores, pobres, aisladas, a las que se atribuían todos los males que caían sobre la comunidad. En esos tiempos, cualquier desgracia de la vida cotidiana se le cargaba al siniestro conjuro de alguna bruja. Y las autoridades seculares y religiosas aplicaban todo el peso de la ley, que era mucho, a estas mujeres.
Sin embargo, hay otra  visión posible de las brujas, que también surge de la lectura de textos antiguos. Todos recordamos cuentos infantiles en los que algún protagonista se encuentra, al amanecer la mayoría de los casos, con la bruja del pueblo, dedicada a recoger hierbas para sus pociones en las cercanías de un arroyo o en un claro del bosque. Esas hierbas confeccionaría después  los brebajes para curar dolores o el mal de amores, para curar heridas, o incluso para que un hijo volviera sano y a salvo de una guerra. No conviene olvidar que durante la edad media y el renacimiento el mundo campesino vivió librado a sus propios medios y estas brujas, con conocimientos que debían de pasar de madres a hijas, era lo más parecido a un médico, psicólogo y hasta abogado de que disponían estas sencillas e gentes de las aldeas perdidas de Europa de la época. Si aún hoy, en pleno siglo XXI, ciertos curanderos “milagrosos” congregan cientos de personas a sus puertas, no es de extrañar que aquellas pócimas y quienes la preparaban gozaran de un formidable prestigio. 
Esto de las hierbas puede explicar además, la persistencia de ciertos “delitos" que aparecen reflejadas en los escritos de sus confesiones. Casi todas las brujas afirman volar, pero la farmacopea actual sabe que varias de las hierbas que se usaban con más frecuencia, como la belladona, que tiene efectos alucinógenos. Si pudiéramos resucitar un inquisidor y le hacemos un escuchar un relato de una persona bajo efectos del LSD, hachís u otra sustancia similar, no dudaría que está ante un brujo o un poseso. De modo que quizá las pobres brujas no eran más que unas curanderas que acabaron por creerse las alucinaciones que aparecían en sus fugas de realidad, ocasionadas  por las drogas que se hallaban a su alcance.
Esta hipótesis podría explicar la razón de que entre las brujas convictas y confesas haya habido una proporción tan grande de brujas “campesinas”, pobres e ignorantes. Porque no hay que olvidar la existencia de otro tipo de bruja que quizás conviniera llamar hechicera, un personaje más bien culto, astuto, hasta maligno, que vivía más bien en las ciudades, que era una mezcla de bruja, alcahueta y astróloga, cuyo prototipo puede ser la popular Celestina, un personaje de la tragicomedia del conocido Fernando de Rojas, la obra de Calixto y Melibea.
Estas mujeres solían combinar con provecho las actividades mágicas con los encargos amorosos. Si empleaban sólo medios mágicos o no, lo ignoramos. Pero quizá por tratar con personajes de alta alcurnia, quizá por un mayor conocimiento del mundo, salieron mejor libradas de la caza de brujas que sus humildes colegas campesinas.
Manual imprescindible de la Inquisición.
Sea como fuere, algo llama, y mucho, la atención cuando se repasa los informes y las sentencias de las brujas, es la aparente contradicción que existe entre los poderes sobrenaturales que sus  denunciantes  les  atribuían y  su indefensión ante  los poderes humanos. 
De todos modos resulta interesante conocer las teorías más modernas que tratan de explicar la creencia en la brujería, que está lejos de haber desaparecido en pleno siglo XXI. Una de las explicaciones de su prevalencia en Europa durante  los últimos siglos es la de Margaret Murray, egiptóloga británica, que considera a las brujas de Europa como las últimas practicantes de una religión pagana que llegó  a ser mayoritaria y que se vio desplazada por el cristianismo. Una teoría que rechazan muchos eruditos calificándola de infundada. Otro punto de vista más reciente con respeto a la caza de brujas en Europa durante los siglos XVI-XVII (la caza duró desde mediados del siglo XV hasta el siglo XVIII) es la de Trevor-Roper, un historiador británico, que considera a la brujería un subproducto de la sistemática de la demonología que construyó la iglesia medieval, apoyándose en los restos de las supersticiones campesinas, y que adquirió una dinámica propia en esos siglos conflictivos. Las teorías psicológicas derivan, en la última instancia, de lo que pensaba Sigmund Freud acerca del desplazamiento de las emociones y sugieren que: “la magia es una actividad sustitutiva a la que se recurre cuando los impulsos de supervivencia o venganza quedan reprimidos por el hecho de producirse en una sociedad en la que es muy difícil poner fin abiertamente a una relación incómoda sin sufrir una sanción.”
Un ejemplo interesante de este punto de  vista es la interpretación que hace de las brujas de Salem el historiador norteamericano Chadwick Hansen. El conocido caso que sucedió en Salem (Massachusetts) en 1692, puede ser considerado uno de los últimos actos de la caza de brujas conocidos. En una pequeña comunidad y aislada un grupo de chicas jóvenes acusó a determinadas personas de practicar la brujería. En el juicio resultante se condenó a muerte a doce personas; casi tres siglos después, el popular dramaturgo Arthur Miller se valió del tema para escribir un apasionado testimonio contra los prejuicios, la calumnia, la arbitrariedad judicial y el deseo irracional de venganza.
Pues bien, Chadwick Hansen, tras una concienzuda investigación, llegó a la conclusión de que en Salem se había practicado la brujería, que hizo daño a las personas que afirmaban haber sido víctimas y que eran un peligro real para la comunidad. Las acusaciones indiscriminadas que tuvieron como consecuencia la muerte de personas inocentes fueron, según él, consecuencia del pánico general ante la situación, y no de las indicaciones de los clérigos fanáticos.
Ese pánico era fruto de las creencias populares en la sociedad occidental de esa época, y explica también los daños causados a las personas  “hechizadas”.
Tres brujas con gato de A. Théodole Ribot.
La brujería surtió efecto en Salem porque las personas afectadas creían en ella. Y no debemos olvidar que la actual ciencia no ha logrado aún explicar la forma exacta en que se producen ciertos fenómenos de precognición, clarividencia, telepatía, levitación y teletransportación que experimentan hoy en día muchas personas a las que ahora se denominan sensitivas, médium o dotadas. ¿No habrán sido las brujas las “dotadas” de su tiempo y su sociedad cuando cualquier actividad que se alejase un poco de la norma sólo se podía explicar por la santidad…o la brujería? 
Un ejemplo muy elocuente de esa posibilidad aparece en los atestados del juicio de Ana Castro, celebrado en Armentera (Pontevedra) en 1625. Se le acusaba de diversos delitos de brujería y una de las pruebas  de su condición, para acusación y jueces, fue que “habiéndose vaciado una cuba de vino a cierta persona en Rivero de Avia, lo adivinó Ana de Castro el mismo día, estando en Pontevedra, que son diez leguas de distancia, y esto no pudo verificarse así sin trato del demonio”.
Un caso como ése provocaría, en la actualidad, la presencia de investigadores  parapsicológicos y, posiblemente, algún profesor universitario que intentarían repetir la experiencia con controles rigurosos. Pero la pobre Ana de Castro nació con demasiada anticipación; en el siglo XVII fue condenada a, según el archivo, “saliera esta reo a un auto de fe con hábito de penitente de media aspa y allí se leyera su sentencia, se abjurara de vehementi y se le diesen enseguida 200 azotes por mano del verdugo, desterrándola del coto de Armentera y de Santiago por seis años…”
Hoy en día es  conocido que  los cuerpos policiales actuales han recurrido en múltiples ocasiones a la ayuda de videntes para aclarar caso de secuestros y desapariciones de personas.
Pues bien, el brujo gallego, Pedro Alonso, fue denunciado en Monterrey, en 1630, por hacer justamente eso: colaborar en la localización de mercancías robadas. Fue denunciado por siete testigos, que lo acusaron de astrología judiciaria. Y uno de los testigos, que era vecino suyo, declaró que: “tenía fama de adivino y de sabio y era de ordinario consultado por muchas personas acerca de cosas hurtadas y perdidas. Y habiéndole sido robadas a él, de su tienda, ciertas mercancías, concurrió también  a consultarlo para que averiguase quién sería el ladrón. Preguntóle  Pedro Alonso el día y la hora en que se hiciera el hurto y diciéndole que se entretuviese un momento, que luego despachaba, le dio la respuesta en un papel escrito dónde decía que el hurto estaba en un sótano oscuro y que la persona que lo había hecho era alta, de cabello encrepado y rubio, ojos negros, y de paso apresurado y que discurriese por la persona que podría ser, que no podía decir más”
Documento de acusación de brujería en Essex-Suffolk.
Junto con brujas y brujos realmente avezados a veces eran denunciados a la inquisición algunas almas simples, cuyos sencillos conjuros, a veces, mueven  a risa. Tal es el caso de Juan Asturiano, denunciado por supersticioso en Villamayor en 1602. La versión oficial del delito es la siguiente según el documento conservado: “…que para hacer arar una vaca tomó una candela bendita y varios ramos de laurel y de olivo benditos, haciendo de ellos cuatro cruces, y llevando la candela ardiendo con  agua bendita a un aposento retirado, permaneciendo allí a solas un cuarto de hora y habiendo salido a este  término, echó las  gotas de cera en al agua y después ató una de las cruces a la cola de la vaca y mandó que no se la quitasen, porque de allí adelante habría de arar muy bien con ella.”
Trágico, en cambio, es el caso de María Rodriguez, una portuguesa de 35 años detenida en 1577, y enviada para ser juzgada por delito de hechicería a un tal Santiago. Esta mujer fue torturada en repetidas ocasiones y confesó haber conocido al demonio, manteniendo relaciones carnales con él. El informe del tribunal nos cuenta lo siguiente: “…lo invocaba con palabras determinantes y él la trasladaba por los aires de un punto a otro, según su deseo.” 
María fue castigada con 200 azotes y el destierro, pero tres años después fue arrestada nuevamente y el fiscal le acusó de reincidencia; fue quemada en la plaza del Campo, a los treinta y ocho años de edad.
En resumen, sorguiñas vascas, bruixes catalanas, meigas gallegas, ingenuas o malignas, hurañas o desenfrenadas, volando sobre sus escobas o murmurando fórmulas sobre sus mejunjes, siguen siendo un enigma.
Temidas y odiadas, pagaron muy caro el prestigio de que gozaban en sociedades primitivas, muy cercanas aún al mundo pagano. Y quizá convenga recordar unas palabras con las que termina la obra de Caro Baroja “Las brujas y su mundo” :”…como simple historiador, pienso que este negocio de la brujería es más para producir piedad hacia los perseguidos, que desearon llevar a cabo cosas malas, aunque no las hicieran, que vivieron vidas frustradas y trágicas en su mayor parte. Piedad también hacia los perseguidores, porque se consideraron amenazados por peligros sin cuento y sólo por esto reaccionaron brutalmente.”
Sin embargo, en mi humilde opinión, ni el prestigioso historiador Caro Baroja ni otros investigadores de la actualidad que han abordado el tema con total seriedad han podido aclarar el meollo del asunto: las brujas ¿Creían que volaban, hipnotizaban a la gente para que imaginara que las veía volar…o volaban realmente? 
Entre tantas historias, cuentos, leyendas, siempre nos quedarán las dudas acerca de sus conocimientos milenarios...
Os recomiendo este interesante audio sobre el tema, un programa emitido por "El Candil Insólito", dirigido y presentado por Antonio Jesús López Alarcón.





http://www.ivoox.com/candil-insolito-1x12-audios-mp3_rf_1251872_1.html






UNA MUJER EN EL TRONO DE LA CRISTIANDAD


¿Existió la "papisa Juana"? ¿Quién fue la "papisa" Juana?
Castillo de Sant Angelo, en cuyos muros interiores esconden mucho secretos
Por bien documentada que parezca, la existencia de la papisa Juana podría no ser más que un mito. pero la verdadera historia de su posible inspiradora resulta casi tan apasionante como la leyenda...


Una extraña fábula circuló seiscientos años después de que el papado  se apoderara  del poder temporal: una mujer se habría sentado en el trono de San Pedro que habría reinado con el nombre de Juan. El primer esbozo literario de esta fábula se remonta al siglo XIII. El carácter escabroso de la anécdota le aseguró una duradera posteridad: fue admitida por todo el mundo, hasta  por Petrarca y Bocaccio. Pero incluso mucho después de la Reforma, católicos y protestantes seguían creyendo en la existencia de la “papisa” Juana.
En 1600 el busto de Johannes VIII, fémina ex Anglica seguía figurando entre  los bustos pontificios que adornan la nave principal de la catedral de Siena (Italia). Los detalles precisos que adornaban la historia del papa de sexo femenino eran tantos que nadie soñaba en poner en duda su autenticidad.
Juana era una joven anglosajona de notable belleza y dotada de gran inteligencia. Desde pequeña sentía una profunda vocación por el conocimiento, experiencia,…por ello se refugió en los conventos que junto a los  monasterios, constituían el centro intelectual de la edad media. Por otra parte, aunque no sea de dominio público, las mujeres desempeñaban en ellos un importante papel.
Aunque los testimonios son muy escasos, se conoce la cultura de algunas abadesas por su correspondencia, por ejemplo la que mantuvo la abadesa de Minster  (Isla de Thanet, Inglaterra) con el apóstol de los Sajones, San Bonifacio.
Como también puedo citar un ejemplo de un manuscrito de principios del siglo IX copiado por ocho religiosas que lo firmarían con sus nombres, dedicándolo al arzobispo de Colonia.
En el año 800, Carlomagno había sido coronado emperador por el Papa. Existían vínculos muy estrechos entre el poder temporal y el poder espiritual. Carlomagno, cuyo propósito era promocionar una sólida formación a los funcionarios de su Imperio, deseaba a su vez que su pueblo recibiera una educación religiosa. Para ello puso en práctica todos sus deseos, invitó a los monasterios a impartir esas  enseñanzas. En principio fueron los benedictinos los que se dedicaron a esta tarea.
El siglo que vivió Juana, el siglo IX, fue una época extremadamente violenta y agitada.
En ese momento Occidente estaba amenazado por invasores que aparecían por todos los puntos cardinales amenazando el imperio carolingio por parte de árabes, húngaros, escandinavos…
Juana vivió, rodeada de terror, temor y angustia. Todos los que la conocieron sintieron que pertenecía a la raza de los conquistadores. Sin duda, resultaba fácil imaginarla como Reina o Emperatriz, desde luego su destino sería excepcional, ciertamente, pero pagaría un elevado precio por el escándalo.
En el tarot está siempre presente, así como la leyenda de la ramera de Babilonia. 
Vivió primero en Atenas, donde frecuentó un convento de benedictinos para perfeccionar su educación. En aquellos tiempos, los conventos mantenían relaciones muy activas entre sí, a menudo para reconstruir sus bibliotecas que casi siempre resultaban destruidas por algún ataque bárbaro.
Juana se enamoró de uno de sus maestros, quien a su vez quedó seducido por sus aptitudes intelectuales antes de ceder al atractivo de su belleza. Para permanecer con su amante, Juana abandonó su apariencia femenina: la deslumbrante jovencita se transformó en un monje austero, vestido de tela basta y tonsurado. Tomó las órdenes con el nombre de Juan el Inglés, y pudo consagrar su vida al estudio y  al amor.
Su inteligencia se vio completada, entonces, por un saber enciclopédico. Ninguno de los viejos textos que los monjes copiaban guardaba secretos para ella. Tampoco descuidaba otros dominios del saber, como la naturaleza, ciencias, metafísica…incluso leyó todos los tratados árabes de la época.
El monje que era amante de Juana murió. Para sobreponerse a su pena, ella se sumergió con mayor ardor en los estudios. Su reputación no dejaba de crecer. Venían  a consultarla, esperando sus juiciosos consejos, fruto de su sabiduría y conocimientos. Sin duda esa fue la razón que la llevó  a abandonar el convento y dirigirse a Roma. Aunque existen algunas versiones diferentes respecto a esa partida.
Al poco tiempo de haber llegado a la ciudad que se consideraba la capital de la cristiandad, que pretendía dar el tono de la actitud moral que debía ser observada en todo el Occidente cristiano, una mujer que ya había engañado durante  muchos años a los monjes benedictinos de Atenas fue elegida Papa y subió al trono de San Pedro. El hecho resulta aún más asombroso por que el soberano pontífice era, en general, candidato de una u otra facción, peón de las luchas para alcanzar el poder.
Juana sucedió a León IV y tomó el nombre de Juan VIII. Algunas versiones precisan incluso la duración exacta que tuvo su pontificado: dos años, un mes y cuatro días entre 855 y 858.
Juana hizo gala de su brillante capacidad en el ejercicio de su cargo. Nadie sospechaba que la mitra papal reposaba sobre una cabeza femenina.
¿Cómo traicionó su secreto, si cuantos la rodeaban habían sido engañados?
Como sus funciones papales no habían disminuido, se rodeó de numerosos clérigos, notables por su cultura, incluso les hizo venir desde lejanos monasterios para que enseñen sus cualidades éticas e intelectuales.
Juana, tras haber vestido el hábito monacal y renunciar a su feminidad, fue inesperadamente seducida por el encanto y la erudición de un joven clérigo. Sus gustos comunes le acercaron el uno al otro, tal como sucedió cuando estaba en Atenas. Juana luchó contra la inclinación intempestiva  pero cedió a sus sentimientos: dio libre curso a su pasión, cometiendo las más locas imprudencias.
Y pronto quedó embarazada…
¿Iba un Papa a ser madre? ¿Podía ser madre? El escándalo prometía estar a la altura de la sorpresa que seguramente causaría el acontecimiento.
La papisa Juana dando luz en plena procesión.

Para Juana “la Papisa”, era impensable que el mundo se enterara de que era una mujer.
Por lo tanto disimuló su embarazo. Pero en el transcurso de una procesión a la que no pudo sustraerse, aunque ya sentía fuertes dolores, se derrumbó y dio luz a un niño.
La comunidad, sorprendida al principio por su indisposición, se sintió después escandalizada. Una ola de murmullos y exclamaciones ahogó los gritos de la joven parturienta. Detenida de inmediato, fue arrojada a una celda del castillo de Sant´Angelo. Había que sofocar el escándalo lo antes posible y disolver la agitación que el hecho había suscitado.
El niño desapareció, probablemente degollado, el joven clérigo, desesperado se arrojó desde lo alto de una muralla.
Juana, abrumada por el dolor y la vergüenza, calificada con los términos más humillantes por parte de la iglesia, falleció con el mayor de los secretos, sin haber vuelto a ver la luz del día, las circunstancias de su muerte varían según versiones, unas a causa de depresión, otras degollada, ignorando su lugar enterramiento incluso encontramos algunas que aseguran que fue emparedada en el castillo.
En el camino que habría recorrido la procesión habría una estatua que representaba a una madre y su hijo; todos la interpretaron como la representación de la papisa maldita y del fruto de sus sacrílegos amores. A partir de ese día las procesiones ya no recorrieron el camino fatal.
La Papisa Juana, ¿Fue producto de la imaginación de un cronista anónimo y genial o, efectivamente, una mujer ocupó el trono de la cristiandad?
Ciertos puntos no cuadran correctamente, como los años de su nombramiento como papa,pero contaremos una historia recogida en diferentes datos escritos de varios textos, que quizá puedan atribuirse al caso.
Durante los siglos IX y X, Roma vivió en una etapa oscura y confusa de su historia. Existen muy pocos textos de historiadores italianos. Sin embargo un cronista, el obispo Liutprando de Cremona, embajador del emperador Otón, cuenta que dos mujeres, primero la madre y después la hija, que pertenecía a la familia de los Teofilactos, dominaron el papado durante el siglo X: “…En un momento dado, una prostituta desprovista de vergüenza, llamada Teodora, fue el único monarca de Roma. Y aunque cause vergüenza escribirlo, ejerció el poder como un hombre. Tenía dos hijas, Marozia y Teodora, que no sólo la igualaron sino que la superaron en las prácticas amadas por Venus (Antanapodisis, cap. XLVIII)”
Los escritos de Liutprando desenredar un poco el laberinto del siglo X. Pero, aun alabando la brillantez de sus textos, hay que deplorar sus prejuicios, que deforman mucho la realidad. Se puede pensar que Mazoria sirvió de modelo para la legendaria papisa Juana.
Liutprando la describe como una mujer de extraordinaria belleza, que la acusa de abusar de sus encantos con fines políticos, la califica, según él, de brutal, vengativa, pervertida y pérfida. Pese a la descripción le añade un alto valor de su capacidad de inteligencia.
Mazoria era hija de Teofilacto. Su padre era natural de Tusculum, una pequeña ciudad etrusca de la periferia de Roma. Era senador, jefe de los efectivos municipales y pertenecía al colegio de jueces nombrado por el emperador. El papa Sergio III se enamoró de Mazoria cuando esta era una niña. La hizo su amante con el tiempo y la joven le dio un hijo, Juan.
Teodora, la esposa de Teofilacto, suplantó al papa en la dirección de la ciudad.
Sergio III.
A partir del año 900, el nombre de Teodora era el que con más frecuencia aparecía en los anales. El verdadero amo de Roma era Sergio III, pero muy influido por Teodora. La belleza de Mazoria parecía ser la mejor garantía de la alianza entre el pontífice y la senadora. Cuando Sergio III murió en 911, a Teodora se le presentó la ocasión de acceder al poder.
Tuvo mucho amantes, casi siempre por móviles  políticos. Un joven clérigo de Rávena se vio obligado por ella a ir a Roma con frecuencia, que fue compensado después por Teodora ascendiendo a su amante hasta el cargo de arzobispo de Ravena.
Después de la muerte del papa Sergio III, Teodora había facilitado la ascensión al trono pontificio de dos personajes dóciles e insustanciales. Cuando fue necesario proceder a una nueva elección, Teodora sufría porque veía menos a su amante, retenido en Ravena, lo impuso como papa. Tomo el nombre de Juan X.
La senadora concedió, además, la mano de su hija Mazoria a Alberico, marqués de Camerino, un profesional de la guerra que había adquirido tierras y poderío por medio de la espada. Introducido en los medios allegados a la senadora, pronto supo hacerse indispensable, hasta el punto que para retenerlo en Roma, Teodora le convirtió en yerno. Mazoria trajo al mundo un hijo al que le puso el nombre de su padre. Las aventuras de Teodora y su hija eran de domino público. Estos dos nombres junto al de Alberico compartían el poder.
La amenaza sarracena estaba cerca de las puertas de Roma, había que actuar o caería toda Italia bajo el dominio del Islam.
Se firmaron unas alianzas con los estados vecinos de Roma, colocando a Alberico al frente de un ejército, logrando aplastar al enemigo. A la vuelta fue recibido como un héroe.
En el curso de los años siguientes entró en escena Mazoria. Se ignora como terminaron sus días Teodora y Teofilacto. ¿Asesinados? ¿Envenenados? ¿Exiliados? Alberico por su parte, era algo que incomodaba tras su victoria contra los sarracenos, logró demasiada popularidad y podía ser un problema. Mazoria necesitaba disponer campo libre para llevar a cabo sus proyectos. En el año 926, consigue su objetivo, eliminar a Alberico.
Mazoria tenía la esperanza de facilitar el acceso de Juan, el hijo que obtuvo con Sergio III, al trono pontificio, manteniendo al margen a su hijo menor.
El papa Juan X, no ignoraba los deseos de Mazoria, la odiaba incluso, pidió ayuda a Hugues de Arles, quien contaba con sólidos apoyos en la Provenza. El papa buscaba alianzas, ya que no dudaba que su enemiga estaba dispuesta a todo, incluido el asesinato, para alcanzar sus propósitos.
Juan X se reunió con Hugues en Ravena, aprovechándose de los delirios de grandeza del personaje lo propuso coronarle rey de Italia.
Las negociaciones fueron lentas, y Mazoria estropeó el proyecto proponiendo el matrimonio a Gui, un señor Toscano, pero muy próximo a Hugues de Arles.
Miniatura del Decameron de Boccacio.
Con la ayuda de nuevo esposo se apoderó del centro estratégico de Roma, el castillo de Sant´Angelo. Juan X, se rodeó de una guardia de élite para su seguridad, pero fue en vano, en una revuelta en 928, el papa fue encerrado en una celda del castillo, o asesinado.
Tres años después, el hijo de Mazoria era el nuevo papa, con tan sólo veinte años…La senadora además se desembarazó de su marido que se había vuelto molesto, y siguió apartado de sus proyectos a su segundo hijo.
Pero existía un último obstáculo para el poder absoluto, Hugues de Arles había sido consagrado por el difunto papa Juan X rey de Italia, una corona que ansiaba colocar legalmente en la cabeza de su hijo, el papa.
Que mejor arma que utilizar sus dotes de seducción, en cayó Hugues de Arles cuando lo invitó a Roma, sabiendo que era bastante libertino. Aceptó la propuesta de matrimonio. Sin embargo existía un nuevo obstáculo para su boda: estaban casados ambos había que ingeniar algo.
La esposa de Hugues falleció muy oportunamente en extrañas circunstancias, al tiempo que calificó  a Gui, esposo de Mazoria, de nacer ilegalmente, acusó de madre de adulterio, poniendo en tela de juicio su legitimidad.
Hugues de Arles le hizo detener, encerrándolo, después de sufrir una de las torturas más crueles que estaban reservadas a los presos políticos: reventarle los ojos.
Ya nada se interponía al matrimonio, el papa Juan los casó, cada cónyuge sabía que tenían las manos manchadas de sangre.
Pero nunca esperaban la reacción de su segundo e humillado hijo por parte de Mazoria, que se negó  a atender a Hugues de Arles. El nuevo esposo de Mazoria, le golpeó sin piedad, logrando escapar de sus manos, arengó después a la ciudad de Roma recordando a su legítimo padre, Alberico, las hazañas que realizó la ciudad, consiguiendo al tiempo desencadenar un auténtico motín, consiguió sitiar el castillo, Hugues de Arles huyó con su ejército, abandonando a Mazoria, los amotinados lograron convencer a los defensores del castillo de su segura derrota e hicieron prisionera a Mazoria.
Juana y su amante condenados en el infierno.
La senadora, fue juzgada, se la arrastró a los sótanos del castillo donde recibió un castigo terrible para su cuerpo y alma, fue emparedada.
Alberico gobernaría después en Roma durante veinte años, donde el desenfreno y descontrol campaba  a sus anchas, logrando imponer orden, incluso privó a su hermano Juan XI de poder temporal, que el mismo ejerció con autoridad y rigor.
La dignidad papal volvió a ser intachable. Pero todo volvería a ser puesto en tela de juicio, cuando el nieto de Alberico, Octaviano, se tocó con la tiara de papa con el nombre de Juan XII…
De esta historia es más que probable que fuera  la asombrosa personalidad de Mazoria lo que inspiró el mito de la “papisa Juana”.
La leyenda de la “papisa Juana” empezó a ser cuestionada. Los medievalistas se dedicaron a este misterio y estudiaron todos los textos que pudieran proporcionar pistas fiables y aclaratorias.
Los escasos textos que han llegado hasta nosotros dejan suponer que Mazoria sirvió de modelo a Juana. De todas maneras, teniendo en cuenta la pobreza de la historiografía, nada prueba que la leyenda no se haya inspirado en algún documento de un cronista desconocido cuyos rastros se habrían perdido…
Entonces, os pregunto, ¿Se sentó realmente alguna mujer en el trono de San Pedro? ¿O sólo es una leyenda que se arrastra hasta nuestros días desde la edad media?...

Os dejo un breve e interesante audio emitido en el programa "Otros Mundos", que dirige y presenta Javier Belmar, dónde Eric Frattini nos contará más detalles  sobre la "Papisa Juana", así como otros secretos de los Papas a lo largo de la historia.




EL ENIGMÁTICO CONDE DE SAINT GERMAIN


Hacia finales del año 1745, Londres estaba plagado de espías en todos los sentidos. Fue el año en que Carlos Eduardo Estuardo, desencadenó una rebelión en un intento de recuperar el trono británico para su padre. A pesar de que la causa jacobita había sido derrotada, se temía que los conspiradores jacobitas y sus simpatizantes franceses pudiesen estar ocultándose en Londres. Uno de esos sospechosos que fue arrestado y acusado de estar en posesión de cartas que apoyaban a los Estuardo.
El detenido, muy indignado, sostuvo que aquellas cartas se las endosaron, el tribunal le creyó, y fue liberado.
Comentando el caso en una carta dirigida por Horace Walpole escribió a Sir Horace Mann:
“El otro día detuvieron a un hombre extraño que se hace llamar conde de Saint-Germain. Ha estado aquí estos dos años, pero no dice a nadie ni quién es ni de dónde viene. Admite sin embargo que éste no es su verdadero nombre. Canta y toca el violín magníficamente, está loco o no es muy sensato.”.
Posiblemente, el único retrato conocido de Saint-Germain.
El comentario de Walpole describe con gran acierto a uno de los personajes más extraños de la alta sociedad del siglo XVIII: un hombre al que el conde Warnstedt le calificó de charlatán, loco, estafador y timador, mientras que su mecenas, el príncipe Carlos de Hesse-Cassel, le consideraba una persona importante, una de las más sabias que jamás han existido.
El primero de los escasos datos históricos acerca del conde de Saint-Germain se remonta al 1740; un elegante hombre de unos treinta años comenzó a frecuentar los ambientes selectos de Viena. Su vestimenta llamaba la atención en aquella época cuya moda actual era colorista y fantasiosa, puesto que vestía normalmente de negro con la única excepción de los cuellos y puños que iban en lino blanco. La sobriedad de su vestimenta, sin embargo, contrastaba notablemente con el brillo  de los diamantes que llevaba en los dedos, en la faltriquera del reloj, la cajita de rapé, la hebilla de los zapatos… Según informaciones posteriores, también llevaba puñados  de pequeños diamantes sueltos en lugar de dinero.
En Viena conoció al mariscal francés Belle Isle, que había sido herido de gravedad durante una campaña en Alemania y esta muy enfermo. No se sabe cual era realmente la dolencia ni la naturaleza de la gravedad, pero según el mariscal fue el conde de Saint-Germain quién le curó.
Como agradecimiento se lo llevó a Francia poniendo a su disposición unos apartamentos incluso un laboratorio bien equipado.
El hecho fundamental de la vida del conde después de su llegada a París sí es bien conocido, pero son en los detalles que ignoramos los que confieren a su vida un misterio, un enigma permanente.
La leyenda empieza poco después de la llegada del conde a París. Según las memorias encontradas con el pseudónimo “Condesa de B.” tituladas con el nombre de “chroniques de l´oeil de boeuf” nos cuenta: “Una noche el conde acudió a una fiesta organizada por la anciana condesa Von Georgy, cuyo difunto marido había sido embajador en Venecia por los años 1670. Al oír que anunciaban al conde, la condesa me dijo que recordaba el nombre de cuando estuvo en Venecia. ¿Acaso el padre del conde estuvo allí por aquella época? No, contestó el conde, él mismo había estado allí, y se acordaba muy bien de la condesa: una hermosa y joven muchacha. Imposible, replicó la condesa. El hombre que ella conoció entonces tenía por lo menos 45 años, aproximadamente la misma edad que el conde tenía en aquel momento en la fiesta. “Madame”, dijo el conde sonriendo, “yo soy muy viejo”. “Pero entonces usted debe tener casi 100 años”, exclamó la condesa. “No es del todo imposible”, replicó el conde, exponiendo algunos detalles que convencieron a la condesa, la cual exclamó: “Me ha convencido. Es usted un hombre extraordinario, un demonio”. “¡Por el amor de Dios!, exclamó el conde con voz de trueno. “¡No pronuncie estos nombres!”  Le sobrevino un temblor por todo el cuerpo, y abandonó la sala inmediatamente.”
Muchas historias parecidas circularon (y fueron creídas) en los ambientes de moda franceses durante los primeros años en que el conde fue famoso. Afirmaba, por ejemplo, que había conocido íntimamente a la Sagrada Familia, que había asistido a las bodas de Caná, y que siempre supo que Cristo tendría un mal final. Sintió particular admiración por Ana, la madre de la Virgen María, y había propuesto personalmente su canonización en el primer concilio de Nicea, en el año 325.
Saint-Germain aseguró haber estado presente en las bodas de Caná.
En París el conde fascinó muy pronto al aburrido Luis XV y a su favorita, madame de Pompadour. Quizá nunca se sepa la verdad de sus dos años de estancia en Inglaterra antes de su arresto en 1745, es muy posible que se le hubiese confiado una misión secreta. A su regreso a Francia realizó para el rey varias gestiones políticas delicadas.
En 1760 el rey Luis envió al conde de Saint-Germain a La Haya como representante personal, con la misión de negociar un préstamo con Austria para financiar la guerra de los sietes años contra Inglaterra.
Mientras estaba en Holanda el conde se enfrentó con su antiguo amigo Casanova, también embajador en La Haya, quién se esforzó, sin éxito, para desacreditarle en público. Sin embargo Saint-Germain se ganó también un enemigo más poderoso.  El duque de Choiseul, ministro de Asuntos Exteriores del rey Luis, descubrió que el conde  había hecho sondeos con la intención de firmar la paz entre Inglaterra y Francia. El conde tuvo que escapar, primero a Inglaterra y luego a Holanda.
Durante dos o tres años vivió en Holanda bajo en el nombre de conde de Surmont, dedicándose a recoger dinero para construir laboratorios en los que fabricaba pinturas y colorantes, tratando además de perfeccionar las técnicas de alquimia.
Al parecer tuvo éxito, puesto que desapareció de Holanda con 100.000 florines aunque sólo para reaparecer en Bélgica, esta vez haciéndose llamar marqués de Montferrat. Allí en Tournai, puso en marcha otro laboratorio antes de desaparecer de nuevo.
En el transcurso de los años siguientes se sucedieron las historias procedentes de varios lugares de Europa acerca de las actividades del conde. En 1768 apareció en Rusia en la corte de Catalina. Turquía acababa de declarar la guerra a Rusia, parece ser que su habilidad como diplomático y conocedor de la política francesa le ayudaron a mantenerse en buen lugar, puesto que al cabo de poco tiempo fue nombrado consejero del conde Alexéi Orlov, jefe de las fuerzas imperiales rusas. Como recompensa fue nombrado oficial de ejército ruso, eligiendo en esta ocasión un nuevo e irónico alias: general Welldone (traducido significa “bien hecho”). En este punto podría haberse establecido en Rusia y llevar a cabo una vida honorable y provechosa, pero después de la derrota de los turcos en Chesmé (1770) decidió partir.
Madame de Pompadour, quién trató con el conde.
En 1774, apareció en Nuremberg, intentando obtener fondos de Carlos Alejandro, margrave de Brandemburgo, para instalar otro laboratorio. Esta vez pretendió ser el príncipe Ràkoczy, miembro de una familia de tres hermanos en Transilvania. Al principio el margrave estaba impresionado, especialmente cuando el conde Orlov visitó Nuremberg con ocasión de una visita de Estado y abrazó al “príncipe” efusivamente. Sin embargo, al hacer comprobaciones el margrave descubrió la identidad de Saint-Germain. El conde no intentó desmentir nunca la acusación, pero consideró prudente emigrar, cosa que hizo en 1776.
Aunque el duque de Choiseul afirmaba que Saint-Germain había trabajado como agente doble para Federico el Grande, una carta del conde de Saint-Germain a éste pidiéndole su mecenazgo no obtuvo respuesta. Sin perder los ánimos el conde se trasladó a Leipzig, presentándose ante el príncipe Federico Augusto de Brunswick como francmasón de cuarto grado. Esta acción era muy arriesgada, puesto el príncipe Federico era el gran maestre de las logias masónicas prusianas, pero al  conde de Saint-Germain pocos podían comparársele como embustero y embaucador: por regla general sus historias de fondo soportaban un escrutinio detallado. Esta vez, sin embargo, no consiguió su propósito. El príncipe declaró que no era masón, lo que el conde replicó sin mucha vehemencia que sí lo era, pero que había olvidado todos los signos secretos.
Saint-Germain, ¿Era franmasón?.
En 1779, el conde de Saint-Germain fue a la última residencia que se le conoció, en Eckenförde, Alemania. Era un hombre viejo, probablemente con  algo más de sesenta años, aunque como es natural pretendía ser mucho más viejo. Parte de su encanto superficial había desaparecido, y al principio no logró impresionar al príncipe de Carlos de Hesse-Cassel, pero muy pronto este se quedó cautivado, al igual que sus predecesores.
Por esta época Saint-Germain, que según todos los indicios se había mostrado muy insolente respeto a la iglesia católica, tenía ideas marcadamente  místicas. Al príncipe Carlos le dijo lo siguiente: “…Sé la antorcha del mundo. Si tu luz es únicamente la de un planeta, no serás nada a la vista de Dios. Reservo para ti un esplendor para el que la gloria del Sol es una sombra. Guiarás el camino de las estrellas, y los que gobiernan los imperios deberán ser guiados por ti…”
Documentos de París demuestran que el conde de Saint-Germain murió en 27 de Febrero de 1784 en la residencia del príncipe Carlos, en Eckenförde. Fue enterrado allí, y su último mecenas le erigió un monumento funerario con la siguiente inscripción:
La alquimia formaba parte de su vida.
“Aquel que se hacía llamar conde de Saint-Germain y Welldone, y del que no hay otras informaciones, Ha sido enterrado en esta iglesia”

¿Estaba muerto de verdad el conde? Hay pruebas que se apareció a un cierto número de personas durante los años 1784 y 1820; algunos ocultistas creen que todavía está vivo. El misterio ha sobrevivido y se ha hecho más profundo durante los dos siglos transcurridos desde su supuesta muerte.
¿Quién era realmente este personaje? ¿Qué se ocultaba tras su vida?
El misterio que rodea al conde de Saint-Germain se vuelve aún más profundo a causa de la incertidumbre que, incluso hasta hoy, ha rodeado sus orígenes. Una versión afirma que nació en 1710 en San Germano, y que era  hijo de un recaudador de impuestos. Eliphas Levi, famoso ocultista del siglo XIX, afirmaba que Saint-Germain había nacido en Lentmeritz a fines del siglo XVII, y que era hijo bastardo de un noble rosacruciano. La fecha es verosímil,  y estos antecedentes explicarían la fuerte inclinación del conde por el misticismo, así como sus formidables talentos, aunque no fueran propiamente poderes en el sentido paranormal de la palabra.
Poseía, por ejemplo, un auténtico don para los idiomas: se sabe que hablaba con fluidez francés, alemán, inglés, holandés y ruso, incluso el mismo llegó a afirmar que dominaba el chino, hindú y persa, aunque no está probado estos últimos para afirmarlo.
En la carta de Horace Walpole escribió que era un músico maravilloso, como también era pintor, aunque no encontramos algún cuadro suyo.
Existen muchas pruebas de que Saint-Germain era joyero, y muy experto. Se dice que reparó un diamante a Luis XV y quedó encantado con la reparación.
También conocía muy bien todas las ramas de la química; muchos laboratorios que instaló en Europa con dinero prestado estaban, aparentemente, dedicados a la producción de pigmentos y tintes mejores y más brillantes, pero también los dedicaba al estudio del ennoblecimiento de los metales: la alquimia.
Saint-Germain también era un reputado curandero, además de curar al mariscal mencionado anteriormente, revivió a una joven amiga de madame de Pompadour, cuando un envenenamiento por setas casi pierde su vida.
El conde tenía fama de no comer nunca acompañado, se sentaba y bebía agua mineral mientras a su alrededor todos se daban el atracón. Esto sólo puede haber acrecentado su misterio. Giacomo Casanova, dijo de él:
“En vez de comer, desde el principio hasta el final de la comida y yo seguí su ejemplo, sólo en un sentido, ya que no comí sino que le escuché con la mayor atención. Puede decirse sin temor a equivocarme, que como conversador no tenía igual”
Según el diario de Maria Antonieta, ignoró la predicción de la revolución por el conde.
Quizá, como indica C. Wilson en su obra The occult, que Saint-Germain puede que fuera simplemente vegetariano, en aquella época, las comidas de sociedad estaban plagadas de todo tipo de carnes, por ello no comía de esas mesas.
El verdadero misterio que siguen rodeando a la leyenda de Saint-Germain es la forma en que obtuvo esos conocimientos especializados. Los seguidores del conde en el siglo XIX insistían en que ya los poseía la primera vez que apareció en la corte francesa en 1740, pero es probable que los hay adquirido durante su larga vida; después de todo vivió al menos hasta después de los sesenta.
No todos los contemporáneos de Saint-Germain quedaban impresionados por sus talentos, por ejemplo, Casanova, que lo conoció en La Haya en misiones diplomáticas, lo consideraba un charlatán, un texto del propio Giacomo Casanova cuenta: “…Este hombre extraordinario, destinado a ser por naturaleza el rey de los impostores y los curanderos, era capaz de decir de forma simple y confiada que tenía trescientos años, que conocía el secreto de la medicina universal, que dominaba la naturaleza, que podía disolver diamantes, afirmándose capaz de formar, de 10 a 12 diamantes pequeños, uno de la mayor transparencia.
Todo esto, decía, era una bagatela para él. A pesar de sus jactancias, sus descaradas mentiras y sus numerosas excentricidades, no puedo decir que lo encontrara ofensivo. Pese a que yo sabía quién era, y pese a mis propios sentimientos, pensé que era un hombre asombroso…”
En 1777, el conde de Alvensleben, embajador de Prusia en la corte de Dresde, y hombre que conocía muy al conde Saint-Germain, escribió: “…Es un hombre muy dotado, con una mente muy despierta pero totalmente carente de juicio, y se ha ganado su singular reputación por medios de las adulaciones más viles de que es capaz un hombre y por medio de su notable elocuencia, especialmente si uno se deja llevar por el entusiasmo con que se expresa. Una vanidad poco común es el resorte que domina todos sus mecanismos…”
Muchas de las historias acerca de Saint-Germain que dieron lugar a estas actitudes escépticas no provienen del conde, como revelaron las investigaciones de Gustav Berthold Volz en la década de 1920, sino de un impostor llamado Gauve. Ese personaje, Gauve, estaba al servicio del peor enemigo del conde, el duque de Choiseul, a quien a causa de los celos que le inspiraba el conde, no se detenía ante nada con tal de desacreditarlo. Su estratagema consistía en que Gauve, que se parecía muchísimo al conde, solía presentarse en sociedad exagerando las debilidades conocidas de Saint-Germain.
No todo el mundo cree que el conde haya muerto. Aunque en los archivos de la parroquia de Eckenförde está registrada su muerte, la leyenda de que seguía vivo nació casi inmediatamente.
Saint-Germain fue visto con Cagliostro.
El último protector del conde, el príncipe Carlos de Hesse-Cassel, incrementó el misterio que rodeaba a su muerte quemando todos sus papeles, “para que no fueran mal interpretados”, mientras uno de sus seguidores de Hesse-Cassel transmitió la noticia de que no había muerto, sino que había aparecido en París y predijo el estallido de la revolución francesa a María Antonieta, quien esta lamentó en sus diarios no haber tomado en cuenta lo que le había dicho Saint-Germain. Hizo otra aparición, observada por mucha gente en 1785, en Wilhelmsbad, un año después de la supuesta muerte, acompañado, según se dijo, por el mago Cagliostro, el hipnotizador Antón Mesmer y el filósofo Louis Claude de Saint-Martín.
En 1789 se presentó en Suecia para advertir al rey Gustavo III de un peligro, y visitó  a su amiga madame D´Adhemar, que anotó esta, como María Antonieta, en su diario, que seguía aparentando 46 años, y le dijo que la vería cinco veces más. La última ocasión que le vio fue la noche anterior al asesinato del duque de Berry, en 1820.
La leyenda sigue viva, el emperador Napoleón III (1808-1873) estaba tan intrigado por la historia que nombró una comisión especial para investigar la vida y los actos del enigmático conde. Los hallazgos de la comisión quedaron destruidos en el terrible incendio que arrasó el Hôtel de Ville de París en 1871, hecho que los seguidores del conde no atribuyen a la coincidencia.
R. Chanfray ¿ Saint-Germain?
Pocos años después, la sociedad teosófica de madame Blavatsky, anunció que Saint-Germain era uno de sus maestros ocultos junto a figuras como Jesús, Buda, Apolonio de Tiana incluso Francis Bacon. Se dice que el grupo se trasladó a París después de la derrota nazi, convencidos de que el conde lo encontrarían, pero por lo visto no apareció.
Sin embargo la leyenda de esta enigmática figura sigue viva. En el año 1972, un parisino llamado Richard Chanfray apareció en la televisión francesa asegurando que era el conde de Saint-Germain, que era un alquimista capaz de cambiar el plomo en oro, y que tenía el elixir de la vida. Lo consideraron un farsante, y  en el último suspiro, falleció en Julio de 1983, aseguró que todo lo que hacía era cierto, tanto la trasmutación como la resurrección. ¿Volverá a aparecer el conde? El tiempo no hace más que incrementar el misterio que rodea a este enigmático personaje: el conde Saint-Germain.
Desde nuestro punto de vista creo que fue un personaje, adelantado en la época, bastante inteligente para ser capaz de engañar con sus historias llenas de fábulas a los personajes de la alta sociedad, recordemos que estos no se rodean de ignorantes, se supone que son mas o menos lo suficientemente preparados para asumir cargos, es lo más sorprende en la capacidad que tenía del engaño, de hacer creer a todo el mundo que era un personaje extraño y excéntrico.  Puede que haya sido un hombre culto, que llenaba la mente con lectura de cientos de libros que pudieran caer en sus manos, tanto de filosofía, como ciencias ocultas,  geografía, religiosos,incluso de idiomas. Esos conocimientos autodidactas fueron los que le llevó a las altas esferas en diferentes lugares de Europa. Su leyenda se agrandó, con los relatos de boca en boca, que han ido transformándose hasta llegar a nuestros días totalmente desfasados, incluso muchos, especialmente en la década de 1970 a 1980, surgieron ciertos pseudo-personajes asegurando ser el propio conde o ser descendiente. El caso más conocido fue el de Richard Chanfray, que acudió al conocido programa que presentaba José Mª Iñigo, "Direcctísimo", dónde parece ser que en su show cambió el plomo en oro ante ojos de los espectadores, cámaras y expertos químicos. Pero, ¿Cuál fue la conclusión sobre este alquímico experimento? Entonces se aseguró que sí logró transformar el plomo en oro. ¿Seguro?.


Os dejo una emisión de radio presentada y dirigida por Antonio Jesús López Alarcon, dónde nos contará más cosas interesantes acerca de este misterioso personaje, un espacio dedicado al conde de Saint-Germain que, con la voz de Mº José Pérez Jover, nos acercará un poco más sus leyendas y enigmas en "El candil insólito".


                                     http://www.ivoox.com/candil-insolito-2x04-audios-mp3_rf_1446752_1.html